El día empieza en Ámsterdam. Pronto, el paisaje cambia y, mientras el autobús avanza hacia el sur, las historias del guía se cuelan entre los asientos: leyendas, datos curiosos, nombres que pronto tendrán forma.
La entrada a Brujas es junto al Lago del Amor. Desde ahí, la ciudad se descubre paso a paso: callejones de piedra, patios escondidos, iglesias de ladrillo oscuro, torres que marcan el ritmo con campanadas regulares.
En las fachadas, detalles que sobreviven al tiempo; en el aire, el olor de pan recién hecho y chocolate. A mitad del día, el ritmo se afloja. Una cerveza local en una terraza, tiendas diminutas con encajes, postales y quesos fuertes.